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Erich von Däniken: Viaje a Kiribati - extraterrestres

1. Detecciones en las islas de Kiribati

1.3. Biblioteca y leyendas en Kiribati





de: Erich von Däniken: Viaje a Kiribati; Ediciones Martínex Roca, S.A.; Gran Vía, 774, 7º; 08013 Barcelona; ISBN: 84-270-0684-5

presentado por Michael Palomino (2011)


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[1.3. Biblioteca y leyendas en Kiribati]

Hallazgos en la biblioteca de la aldea de Bairiki

[La huelga bloquea el gasolina para viajes a otras islas - así se investiga la biblioteca]

A la mañana siguiente, mientras desayunábamos en casa de Teeta, éste nos informó de que la mar estaba demasiado agitada para una lancha pequeña; en cambio, para una embarcación grande sería imposible hallar gasolina, debido a la huelga.

Comíamos frutos del árbol de pan. Cada árbol produce al año unos cien frutos ovalados, del tamaño de un balón de "rugby". Los que crecían en Kiribati eran de la especie de cuyo fruto se aprovecha todo, incuso la verde cáscara. Pasándolos por el mortero se obtiene un puré de sabor agradablemente aromático. Cortados en rodajas como la piña y asadas las mismas sobre una piedra candente, resulta una especie de pasta fibrosa de sabor incomparablemente más bueno que el de la mayoría de nuestros panes industriales.

Estaba bueno, pero a mí me sabía amargo. La idea de que aquella inoportuna huelga fuese capaz de paralizarnos me estropeaba el apetito. Tomé un sorbo de leche fresca de coco y pregunté:

-- "Ayer Bwere dijo algo de una pequeña compañía aérea. ¿Sería posible ir a Abaiang en avión?" [al atolón vecino]

Teeta me lanzó una mirada pensativa con sus negros ojos, y luego asintió:

-- "Okay. Let's try it" [O.k., vamos a probarlo] - me lanzó con su agradable voz de barítono.

Teeta, que había de ser nuestro ángel negro durante toda nuestra estancia, nos condujo al aeropuerto para presentarnos a Gil Butler, un australiano que era el primer piloto de la AIR TUNGARU. Encontramos a un aviador malhumorado, que maldecía la huelga con palabras gruesas y nos preguntó con sarcasmo si nosotros, como suizos, no traíamos algún conjuro contra la tozudez de los mal aconsejados isleños. ¿Volar a Abaiang? No podía ser, por causa de la huelga. Pero al día siguiente salía para Abaiang una delegación del gobierno; si sobraban [quedan] plazas, podríamos ir y estar de regreso por la noche.

¡La fortuna de en "bestseller" [libro de más venta]! Butler había leído mis [mi libro] "Recuerdos del futuro" y espontáneamente nos invitó a cenar en su casa la noche del guía siguiente. Acepté encantado, al ver otra oportunidad de alcanzar esta o aquella isla gracias a Gil Butler, con o sin huelga. (p.39)

[Preparando un manojo de madera y hierbas para los espíritus]

Nos dimos cuenta de que Teeta evitaba hablar de la huelga y procuraba distraernos y tenernos de buen humor. Nos condujo a una cabaña y, con un guiño, nos mostró unos manojos [la cantidad de una mano] de tabaco en tiras como de un palmo, negro como la pez y pegajoso. Olía repugnantemente a una combinación de regaliz, colillas húmedas y, no tengo más remedio que escribirlo, a pies sudados. Ese tabaco lo traen de Papuasia, Nueva Guinea. Compré un manojo, persuadido de que su hedor [olor malo] espantaría [dar susto] hasta los espíritus más recalcitrantes [enemigos], cuando estuviéramos en el umbral [entrada] de algún lugar sagrado.

[En la biblioteca]

Después de esta compra, Teeta nos llevó a la aldea de Bairiki [isla antes de Betio] y nos mostró una biblioteca asombrosamente bien provista [equipada]. Los libros trataban de cuestiones del Pacífico. A Dios gracias no estaban de huelga. Unos amables funcionarios nos trajeron cuantos libros quisimos. En particular me interesaba una obra (nota 4: Kiribati - Aspects of History; editor: Ministry of Education, Training and Culture [Ministerio de educación, enseñamiento y cultura]; Tarawa, 1979) recopilada por veinticinco autores nativos, en donde se recogen las leyendas sobre el origen del Universo y de los propios kiribati. Bajo el zumbido del ventilador que agitaba, cansino, la sofocante atmósfera del local, enriquecí de manera notable mi bagaje de mitos prehistóricos (p.40).



[Leyendas sobre los dioses de Kiribati]

[Leyenda básica: Nareau el creador - con Te-Bomatemaki - produciendo su hijo Nareau Tekikiteia (Nareau el sabio)]

En el principio, hace mucho, mucho tiempo, sólo existía el dios NAREAU, el creador. Nadie sabe de dónde vino, ni quiénes eran sus padres, pues "Nareau volaba a través del espacio solo y dormido". En sueños oyó que alguien pronunciaba su nombre, pero ese alguien que le llamaba era "Nadie". NAREAU despertó y miró a su alrededor. Estaba vacío, pero cuando miró DEBAJO DE SÍ advirtió un objeto grande. Era TE-BOMATEMAKI, lo que significa "el Cielo y la Tierra en uno". NAREAU descendió hasta allí por curiosidad y posó el pie con cuidado sobre TE-BOMATEMAKI. Allí no había ser viviente alguno, ni ningún otro humano sino él, el creador. Hasta cuatro veces rodeó el mundo que acababa de descubrir, de norte a sur y de este a oeste, hasta persuadirse de que estaba solo. Entonces NAREAU excavó un agujero en TE-BOMATEMAKI y lo rellenó de agua y tierra. Con ambas cosas formó una roca, y luego ordenó a ésta que junto con el vacío procrease a NAREAU TEKIKITEIA. De este modo nació por voluntad de NAREAU el creador NAREAU TEKIKITEIA, o sea "Nareau el sabio".

NAREAU el creador reinaba ahora sobre TE-BOMATEMAKI, mientras que NAREAU EL SABIO residía en la Tierra. como podían comunicarse entre sí, decidieron separar el Cielo de la Tierra. Lo cual (p.40)

consiguieron no sin esfuerzos. Entonces, NAREAU EL SABIO creó los primeros entes dotados de razón, a los que dio nombres como estos:

UKA, que significa la fuerza concentrada que mueve el aire.

NABAWE, que significa la fuerza concentrada de la ancianidad.

KARITORO, que significa la fuerza concentrada de la energía.

KANAWEAWE, que significa la fuerza concentrada de la dimensión (distancia).

NGKOANGKOA, que significa la fuerza concentrada del tiempo.

AURIARIA, que significa la fuerza concentrada de la luz.

NEI TEWENEI, que significa cometa.

Esta es la versión más corriente del mito de Nareau el creador, que se narra con numerosas variantes. Arthur Grimble (nota 1: "A Pattern of Islands" [un esquema de islas]; Londres 1970) agrega un complemento importante:

<Y cuando el trabajo estuvo hecho, Nareau el creador dijo: "¡Basta! ¡La obra está concluida! ¡Me voy para no volver!" Y así se fue, y no regresó jamás, y ningún humano sabe dónde se halla desde entonces.>

En esta tradición brillan como piedras de un mosaico numerosos detalles que cuadran a la perfección con la teoría d elos dioses-astronautas.

el dios creador Nareau volaba solo y dormido por el espacio, cuando alguien que no era nadie le llamó por su nombre y le despertó. Desde el punto de vista moderno podemos concebir un vehículo espacial perfecto, cuyo piloto ha sido sumido en su sueño profundo mediante procedimientos adecuados a la finalidad de mantener las células corporales a un nivel de actividad reducida, pero no tan baja que no puedan ser llamadas otra vez al régimen normal del organismo en un momento dado. Hace tiempo que la medicina aeroespacial discute diferentes variantes físico-químicas de la hipnosis profunda, a fin de mantener con vida a los astronautas durante largos períodos y a través de largas distancias, hasta que llegue la hora H.

Cuando el ordenador de a bordo detecta, por medio de su radar, que se ha llegado a las inmediaciones de un sistema solar, pone fin al estado de hipnosis:

<Oyó que alguien pronunciaba su nombre, y Nareau despertó.>

El piloto recién despierto, en efecto, no ve a su alrededor sino la negrura del Cosmos. Pero ALLÁ ABAJO, DEBAJO DE SÍ ve un planeta: en el espacio, abajo es la dirección de donde se manifiesta una (p.41)

fuerza gravitatoria. <Nareau miró debajo de sí y advirtió un objeto grande.>

Recuperado el dominio de sus actos, el piloto decide aterrizar en el planeta ideal, el tercero del sistema solar.

<Nareau tendió los miembros. Quería saber qué clase de objeto era aquél... Bajó y puso el pie en el mismo con precaución.>

El astronauta reconoce todo el planeta desde al aire y, si bien halla condiciones para la vida, no observa a ningún ser viviente. Decide sembrar gérmenes de vida.

<Entonces aún no existían espíritus ni humanos, sino únicamente el poderoso Nareau. Recorrió cuatro veces la Tierra... y halló que no había vida.>

El mito no cuenta cómo se las arregló Nareau para hacer prosperar la vida. Tal vez estas operaciones eran demasiado complicadas para ser entendidas y condensadas en forma de leyenda popular. Nareau pudo lanzar desde su nave, por ejemplo, algas cianofíceas o bacterias; o también, aunque es menos probable, semillas de especies vegetales primitivas y robustas.

<Nareau hizo un agujero en la tierra y lo llenó de arena y agua. Con ambas cosas amasó una roca... a la que ordenó que procrease con el vacío a la Tierra (Nareau Tekikiteia). Así nació Nareau el sabio.>

Es posible que el predicado "el sabio" significase originariamente "espíritu" o "hálito vital". Donde no había más que vacío estéril comenzaba ahora la vida. Y desde estos orígenes, dos principios creadores actúan en la evolución terrestre: Nareau el creador de todo ser, y Nareau el sabio.

<Nareau el creador reinaba ahora sobre te-bomatemaki, mientras que Nareau el sabio residía en la tierra.>

No deja de ser sorprendente el encontrar en una cosmogonía primitiva nociones tales como

<la fuerza concentrada de la energía>, <la fuerza concentrada de la dimensión>, <la fuerza concentrada del tiempo>, o <la fuerza concentrada de la luz>.

Mi fantasía no alcanza a imaginar qué pudieron entender bajo esas palabras los primeros kiribati. Sin saberlo, si transmitieron indicios de los poderes de un dios creador hoy inimaginable. Aunque con nuestros conocimientos actuales no es difícil entender que la fuerza concentrada de la luz proviene de la fuerza concentrada de la energía. Sabemos por las investigaciones del profesor Eugen Sänger (1905-1964) que son posibles los motores a reacción fotónica (p.42),

que en el vacío y lejos de las fuerzas gravitatorias de un sistema solar podrían propulsar naves hasta velocidades descomunales. Sabemos hoy que toda aceleración va unida a la "fuerza concentrada de la dimensión". Toda aceleración, para superar distancias gigantescas, está sujeta a leyes que implican al tiempo ("la fuerza concentrada del tiempo") y a la edad del hombre ("la fuerza concentrada de la ancianidad"). El corrimiento cronológico, la dilatación del tiempo, son leyes físicas empíricamente comprobadas.

(ver: Erich von Däniken: La respuesta de los dioses, páginas 52, 152, 157).

Es digna de interés la adición hallada en la variante de Arthur Grible (nota 1, cit.), y que anoté en la calurosa biblioteca de Bairiki:

<Y cuando el trabajo estuvo hecho dijo: "¡Basta! ¡La obra está concluida! ¡Me voy para no volver!" Y así se fue, y no regresó jamás, y ningún humano sabe dónde se halla desde entonces.>

En un viaje interestelar a elevadas velocidades, las desapariciones para siempre jamás son muy plausibles. Esto me recordó la fantástica letra del grupo "pop" DSCHINGIS KHAN (Jupiter Records, n.º 101 777):

<Les llamaron los dioses
a falta de una palabra mejor para esos desconocidos.
pero estaba escrito en los libros de los antiguos
que cuando regresen por segunda vez los extranjeros
de lo nuestro no quedará ya nada.
Sus huellas nada más han quedado en la Tierra,
las aguas y la arena cubrieron casi todo
y nadie sabe qué mensaje vinieron a traer
los desconocidos.
Les llamaron dioses,
a falta de una palabra mejor para los desconocidos.>

Ignoro de dónde habrán sacado su inspiración los letristas. A los amigos que me han preguntado si era yo el autor, puedo asegurarles bajo juramente que no (p.43).


[Pregunta general: ¿quién contó a los nativos del acto de la creación?]

¡Siempre el mismo refrán!

En todos los mitos de la Creación saltan como chispas los mismos misterios: ¿Cómo sabían nuestros antepasados que la vida terrestre es de origen extraterrestre, bien llegase a nuestro planeta por azar u obedeciendo a un propósito? En el acto de la creación nunca hay testigos; no los hay, por ejemplo, según los kiribati, cuando el durmiente Nareau aborda nuestro sistema solar y hace aparecer la vida. ¿A quién pudo contar nareau su historia? ¿A quién revelaría su misión? ¿O son fantasías de los narradores, sin fondo real de ninguna clase?

La Biblia dice que Dios creó el Cielo y la Tierra cuando la tierra aún "estaba informe y vacía" y "las tinieblas cubrían la superficie del abismo". Tampoco el acto bíblico de la Creación pudo tener testigos presenciales para un reportaje.

Puesto que ninguno de los actos creacionales mitológicos tuvo testigos oculares ni cronista, pero en todos los lugares del mundo el mito de la creación se centra en UN SOLO y magno acontecimiento, la respuesta lógica a tanto misterio podría ser: que millones de años después de la creación el dios creador regresó al lugar de los hechos y dio noticia a los humanos, creados por él, de los remotos hechos en donde ellos mismos tuvieron su origen.

Veo las muecas agrias de los etnólogos, como si mordiesen un limón muy agrio al escuchar mi sencilla explicación del enigmático origen de los mitos. Ellos dicen que hay que tener en cuenta muchas influencias, combinar muchas posibilidades, y aceptar en primer lugar las interpretaciones más simples. Después de una galopada de saltos de caballo por el estilo, la interpretación absolutamente científica se pierde en la niebla del incienso psicológico, hasta que nos lagrimean los ojos. ¿Qué total se puede sumar bajo la línea, si encima de la línea no hay más que ceros?

Los mitos sobreviven en innumerables versiones. Lo cual es lógico, pues se han transmitido en una larguísima carrera de relevos, de tribu a tribu y de familia a familia, con las supresiones o las adiciones que cada uno quisiera poner. Cualquier criminalista sabe por experiencia cuánto difieren las descripciones dadas de un mismo hecho por varios testigos. Para llegar al grano de lo ocurrido, hay que comparar las versiones entre sí, y eliminar los adornos subjetivos (p.44).


[La leyenda del niño Te-rikiato secuestrado al cielo - más leyendas de esa manera]

En Kiribati hallé también la leyenda del niño Te-rikiato, que fue raptado y presentado a la señora de los cielos Nei Tetangue-niba. Ella se llevó al recién nacido y lo educó para semidiós. Al oeste de la isla - cuyo nombre es "los pájaros de Biiri" -, Te-rikiato ya convertido en adolescente habló así a la señora de los cielos:

<¡Mira! ¿no son maravillosos esos pájaros que parecen seres humanos?>

Mediante una operación mágica, la madre adoptiva dio fuerza a los brazos del joven y vigor a su cuerpo. Te-rikiato se subió a lomos de un pájaro y se sujetó con fuerza. El pájaro voló en círculos y luego se elevó hacia el cielo, y "llegaron al país de los celestiales". Allí Te-rikiato se detuvo ante la casa de la celestial Nei Mango-Arei, quien preguntó al joven:

<¿Quién eres tú y de dónde vienes? Ningún humano puede visitarme, porque yo soy diferente de los seres humanos.>

Pese a las evidentes diferencias procrearon cuatro hijos; al primero de ellos le llamaron Niraki-ni-Karawa, lo que viene a significar el que circunda los cielos. La leyenda no olvida concretar que una vez cumplida su misión procreadora Te-rikiato regresó a la tierra y se estableció primero en Samosa (nota 2: Grimble, Rosemary: Migrations, Myth and Magic from the Gilbert Islands [Migraciones, mito y mágica de las islas Gilbert]; Londres, Boston, 1972).

Este relato recuerda la subida a los cielos del babilonio Etana (ver: Erich von Däniken: El oro de los dioses, página 136 y siguientes), que se alzó de la tierra a lomos de una águila y describió lo que veía desde la gran altura alcanzada; y también la leyenda japonesa del hijo de la isla (ver: Erich von Däniken: La respuesta de los dioses, página 152 y siguientes) que fue raptado por una hada y llevado a los campos celestiales, de donde finalmente pudo regresar. Como un tema melódico, este hilo argumental se oye una y otra vez en innumerables leyendas populares.

Aquella tarde de reflexiones "teóricas" en la biblioteca de Bairiki pensaba yo: ¿habrá pistas calientes tras esos mitos confusos, como daba a entender el reverendo Scarborough? La impaciencia me consumía (p.45).


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